El concepto hace referencia al periodo de readaptación a las tareas o deberes, propios del trabajo, tras las vacaciones. Es decir, se trata de un proceso adaptativo a una circunstancia vital adversa para muchos y que produce malestar. Eso sí, afortunadamente suele ser transitorio.
No existe el diagnóstico como tal, ni se puede considerar como una depresión, más bien estaría dentro del espectro de un trastorno adaptativo, podríamos llamarlo, más que depresión, estrés postvacacional. El cambio de rutina y descanso que permiten las vacaciones se cambian por las exigencias del trabajo, lo que produce estrés.
Todos estamos constantemente adaptándonos al medio y a situaciones previstas o imprevistas que causan estrés. Según la dificultad que encontremos para afrontar las circunstancias, o como percibamos cada reto en nuestra vida, seremos en menor o mayor medida vulnerables a presentar malestar.
Es verdad que no solo depende de nuestra capacidad de adaptación, evidentemente, también las circunstancias en concreto juegan un papel determinante. En este sentido, si nuestro trabajo tiene una connotación muy negativa, será mayor el malestar; por ejemplo, trabajos en los que no nos sentimos satisfechos, en los que hay mucha presión o en los que el ambiente laboral es hostil.
En este proceso de “readaptación” al trabajo, pueden aparecer síntomas emocionales en distinto grado (malestar psicológico, ansiedad, ánimo bajo, irritabilidad, insomnio, alteración en la conducta alimentaria, dificultad para concentrarse, labilidad, cambios de humor). Pueden aparecer de forma conjunta o aislada.
Los síntomas pueden impedir que el rendimiento sea óptimo, que la productividad sea baja y afectar otras áreas más allá de la laboral, como la familiar y social. Dependerá de hasta qué punto dejemos o permitamos que este malestar invada o “contagie” al resto de lo que compone nuestras vidas.
En algunos casos puede causar trastornos de ansiedad con manifestaciones físicas más marcadas (palpitaciones, dificultad para respirar, mareos, temblores), otras veces puede derivar en síntomas depresivos puros, como la falta de deseo por realizar actividades que antes resultaban gratas o incapacidad para disfrutar de ellas, también desinterés por todo o apatía.
Cada persona posee una capacidad innata y aprendida para solventar los problemas, por lo que la vulnerabilidad dependerá de la forma como afrontemos la situación, de que tanto nos dejemos afectar, de las estrategias que usemos para conseguir controlar el estrés y del apoyo familiar o social. Podríamos considerar todos estos como factores de protección y su ausencia como factores de riesgo.
Una vez nos reincorporemos al trabajo podemos usar estrategias para llevar mejor la adaptación:
No suele requerir un abordaje médico ni psicológico. Sin embargo, en el caso en que exista síntomas graves que afecten el funcionamiento de forma significativa es recomendable consultar con el médico de cabecera, quien determinará si es necesaria la derivación al especialista. Si bien es cierto que el médico puede proporcionar orientación y apoyo, e incluso tratamiento con medicación en casos muy puntuales.
Antes de reincorporarnos es necesario:
Son trucos que pueden ayudar a que la adaptación al trabajo se haga de una forma amable y sin estrés.
No dudes en contactar con nosotros si necesitas de nuestra ayuda.
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